domingo, 29 de marzo de 2009

TÉCNICAS

Siempre me doy un paseíto por el grupo de "crisis de pánico", me coneca y sobre todo me ayuda a tener presente la importancia de pertenecer, de dar la mano a nuesros semejantes.
Por eso gracias a Carlos que lo subió les dejo unas técnicas para cuando el miedito aparece:



TÉCNICAS DISTRACTORAS PARA LOS TRASTORNOS DE PÁNICO

Como ya hemos repetido en otras ocasiones el paciente pánico tiene el problema de centrar su atención excesivamente en sus sensaciones corporales. El paciente a menudo puede tener serios problemas en una crisis para sustituir los pensamientos catastrofistas por otros pensamientos alternativos más realistas, dada la dificultad para concentrarse y razonar que suele producirse en un ataque de pánico. La respiración lenta pueden ayudar a disminuir la ansiedad, para así poder aplicar las estrategias de discusión cognitiva. En otras ocasiones sin embargo puede ser muy útil intentar dejar de pensar por un momento en el ataque de pánico , dirigiendo la atención hacia otro estimulo.

Con esto se intenta cumplir dos objetivos: ayudar al paciente a desviar la atención que centra en sus propias sensaciones y permitirle dejar de pensar en las interpretaciones catastrofistas en un momento en que le puede resultar difícil pensar de un modo más racional.

Una primera manera de empezar con esta terapia es:

Pedirle al paciente que haga un ejercicio físico o hiperventilarle.

Posteriormente se le pide al sujeto que intente concentrase activamente en todas las sensaciones que esta teniendo en ese momento.

Una vez que el sujeto ha captado esas sensaciones se le solicita que rápidamente intente describir en voz alta y con todo lujo de detalles, un objeto que se encuentre en el despacho.

Cuando el paciente lleva un tiempo describiendo el objeto y parece concentrado en esa tarea, se le pregunta si todavía es consciente de su corazón o de su sensación de inestabilidad. Generalmente el sujeto ya no es consciente de su funcionamiento o no esta pendiente de él.



De este experimento surgen dos ideas fundamentales:

La autoatención corporal es un factor de primer orden en el origen de las crisis.

La atención en otro estimulo diferente, disminuye la conciencia acerca de la existencia del estimulo amenazante.

Podemos establecer 5 tipos diferentes de técnicas:

Centrarse en un objeto. Se trata de describir con todo detalle cualquier objeto, aludiendo a su forma, color, tamaño, textura, numero de objetos iguales que hay en la habitación. El objeto debe de ser lo suficientemente complejo con el fin de que pueda absorber su atención. Se le debe de explicar que la atención es un recurso limitado y que si el objeto es simple puede seguir prestando atención a sus sensaciones corporales

Conciencia sensorial. Consiste en tomar conciencia de lo que nos entra por los sentidos y hacer consciente lo que generalmente no percibimos conscientemente. Que vemos, que oímos, que sentimos por el tacto, que olemos, que gustamos.

Ejercicios mentales. A través de esta técnica se intenta que el paciente lleve a cabo cualquier actividad mental que requiera la suficiente dosis de atención para que se distraiga de su propio cuerpo (contar de cero a cien de 3 en 3, descontar de mil a 0 de 7 en 7, buscar palabras que empiecen por una letra determinada, buscar actores para una película, etc.). La dificultad de la técnica debe de ser ajustada con el paciente, ya que debe de ser lo suficientemente difícil como para atraer la atención del paciente pero sin producirle mas ansiedad si no la supera, pero al mismo tiempo no debe de ser muy sencilla de tal modo que el paciente no pueda dividir la atención.

Actividades absorbentes. Con esta técnica se trata de realizar cualquier actividad lo suficientemente absorbente como para que la persona se descentre. Es conveniente aconsejar una actividad que se encuentre en el repertorio habitual de las personas, para lo cual es conveniente preguntarle a los pacientes. Es necesario encontrar situaciones para cada una de las situaciones donde le pueden sobrevenir las crisis.

Recuerdos y fantasías agradables. Con esta técnica se intenta que el paciente se deje llevar por un recuerdo o una fantasía agradable para él. Se le pide al paciente si existe alguna imagen o pensamiento que cuando le viene a la cabeza le hace sentirse bien. Para que esta técnica sea efectiva debe de ser una imagen vivida y para ello hay que darle la instrucción de que explore todas las cualidades de la situación imaginada. Esta tarea es más difícil porque la imagen o la tarea no es neutra y es difícil buscar una imagen positiva en un momento en el que prevalece la ansiedad y el miedo.

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miércoles, 25 de marzo de 2009

Música africana y libélula ¡excelente combinación!



A propósito de las libélulas

Libélula ll

Ya sé que tardo en metaformosearme, sé que mi familia es antigüa pero también sé lo que muchos no saben:
Puedo volar
Puedo volar y lo hago en cualquier dirección, de arriba a abajo;
para adelante o para atrás.
Giro en el aire sobre mi cuerpo
y en eso nadie me gana, floto, planeo y me deslizo a más de 200 km por hora
¿no cualquiera no?
No,
cualquiera no,
y es porque
soy una reina, soy una Libélula.
Cuando amo...ay cuando amo vuelo unida a mi amor por donde sea, me elevo, me agiganto para luego refugiarme en algún lugarcito...
lejos de mi amor para disfrutar del agua,
de cualquier riacho y así apoyanda sobre mi abdomen dejar a mis hijos más preciados:
mis 500 huevos.
Huevos que verán la luz, lo sé, mucho muchísimo tiempo después.
Verán, todos van a ver como mis huevos se transforman después de cinco años en gloriosas ninfas como siempre lo he querido...
Verlas mudar cada vez me impacta más, mudas tras mudas como quince,
Ver sus ojos grandes, su abdomen largo sus patas ganchudas
verlas extender y ventilar sus alas me deslumbra.
La voracidad con la que comen a cuanto animal acuático aparezca me demuestra que son como yo.
Me demuestran una vez más que lo que se hereda no se roba.
Muestran en síntesis que somos unos antigüa familia de auténticos depredadores.
Pero eso a nadie le importa, después de todo necesitamos vivir aunque sea unos pocos meses y dejar como enseñanza que aunque menuditas y hambrientas podemos volar y elevarnos hacia el cielo en busca del agua y el sol.
Diáfanas y frágiles podemos pelearle a muerte a cualquier mariposa por nuestro sustento, cosa a la que no todos se atreven hacer y de paso...
liberar a los humanos de tábanos y mosquitos.
Perdonen la arrogancia pero:
¡No cualquiera! ¿eh?

lunes, 23 de marzo de 2009

sábado, 21 de marzo de 2009

Sobre despedidas

Sabrina se asomó a la puerta, como todos los días a las 7 en punto
Vivi abría la puerta para que salga a la vereda.
Sabrina y salió otra vez sola, se paró y miró hacia un lado y hacia el otro.
No lo dijo pero era evidente que lo buscaba.
Fueron pasando los días y cada vez más sentía ganas de dormir.
Oía un ruido y se asomaba,
pero no,
no eran sus pasos,
entonces volvía a echarse .
Una y otra vez...


No te vayas vos también Sabri.
No nos dejes sin tu mirada
porque sino ¿que vamos a hacer?
¿qué va a ser de nosotros sin tu voz?.
No, todavía no te vayas ¿eh?
Quedate un poco más
Que acá nosotros no vamos a saber por donde ir.
¡¿quién sino vos va a avisarnos que algo anda mal?
¡Quién nos va a saltar encima para saludarnos?y así sentirnos bienvenidos
¿eh? ¿quién?
Dale...Quedate un poco más Sabri así te abro la puerta todas las mañanas y buscamos a Spike juntos ¿querés?
Dale...quedate
un poco más...dale

domingo, 15 de marzo de 2009

Marcelo Arias

En marzo empienzan a caerse las hojas, el calor mengua,
hay como un vientito que reconforta, bah, al menos eso siento yo,
pero en marzo, en marzo se acerca el 24 e indefectiblemente mi corazón pega un vuelco.
En marzo junto con las hojas cayeron en mi vida y en la de muchos,
cientos,
miles de compañeros.
Suena cursi, como resonado, pero
para mi corazón, mis venas, mi cuerpo todo es como si sonara
recién de nuevo todo.
Es como si vinieran a abrazarme todos los que caminaron junto a mí,
todos los que gritaron junto a mí la sublime consigna
de un mundo mejor,
sí, suena cursi, remanido o lo que sea,
pero suena así
en mis oídos y en mi cabeza.
Hoy anduve buscando fotos de Marcelo Arias, y Google, sí, google no sabe de él.
Marcelo Arias, fue un compañero que militaba en Política Obrera, que trabajaba en Mercedes Benz y que fue secuestrado de su hogar en 1977. Hogar en donde vivía con sus tías a quienes apalearon y robaron desde plata hasta hojitas de afeitar.
Las tías que escucharon por última vez su voz diciendo:
-Me están matando...
Tías de mi vida! ¡Tías de Marcelo!
Jamás cantó.
Volvimos a nuestras casas con la certeza de que había muerto sin denunciar a nadie!
Tías de Marcelo
Amigos, Compañeros o quien quiera oír esto:
Han habido seres iluminados, seres correctos, seres convencidos de sus ideales pero sobre todas las cosas han habido y siguen habiendo seres que dan su vida para que otros sigamos la lucha emprendida, la lucha de miles de desaparecidos.
Por Marcelo y por todos esos luchadores , levanto mi mirada y mi puño hacia el cielo cada 24 de marzo

El porqué del cuando

Cuando cree la etiqueta: "Antes de que se pierdan" pensé en esto;
en revolver papeles y de pronto¡ah! ¿y eso?...¿eso escribí yo? ¿cuándo?...¿porqué?
Es evidente que todo pasa sino no me haría estas pregunta, así es que paso a transcribir esto.
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Estoy esperando que pase el tiempo,
que llegue el recreo
estoy contando las estaciones que faltan para llegar,
estoy con los ojos semiabiertos
viendo como vuelan las moscas
esperando que la noche llegue
y se vayan,
que se acaben los ruidos
que se acaben los malos pensamientos
que se me sequen las lágrimas
y no tenga porqué llorar
que el sopor me cobije
y me mantenga tibiecita
como en casa,
como entre brazos amigos
y que todo esto que pasa ahora
pase de una vez
y así volver...
.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Anécdotas de campaña o risoterapia

> Un político, que estaba en plena campaña, llegó a un
> pueblo del interior, se paró arriba de un cajón y comenzó
> su discurso:
>
> Compatriotas, compañeros, amigos, nos encontramos aquí
> convocados, reunidos o arrejuntados, para debatir, tratar o
> discutir un tópico, tema o asunto trascendente, importante
> o de vida o muerte.
>
> El tópico, tema o asunto que hoy nos convoca, reúne o
> arrejunta, es mi postulación, aspiración o candidatura a
> la Intendencia de este municipio.
>
> De pronto una persona del público interrumpe, pide la
> palabra y le pregunta al candidato:
>
> - ¿Por qué utiliza usted tres palabras para decir lo
> mismo?
>
> - Pues mire, caballero: la primer palabra es para las
> personas con un nivel cultural muy alto, como poetas,
> escritores, filósofos, etc.
> La segunda es para personas con un nivel cultural medio,
> como usted y la mayoría de los que están aquí hoy.
> Y la tercer palabra es para las personas que tienen un
> nivel cultural bajo como por ejemplo, ese borracho que está
> allí, tirado en la esquina.
> de inmediato, el borracho, se levanta y le dice:
> - Postulante, aspirante o candidato . . (hic).
> El hecho, circunstancia o razón de que me encuentre en un
> estado etílico, borracho o en pedo... (hic) no implica,
> significa, o quiere decir, que mi nivel cultural sea
> ínfimo, bajo o jodido. (hic).
> Y con todo el respeto, estima o cariño que usted se merece
> (hic), puede ir agrupando, reuniendo o arrejuntando. ..
> (hic), sus bártulos, efectos o cachivaches. .. (hic) y
> encaminarse, dirigirse o irse, derechito:
> a la progenitora de sus días, a la madre que lo llevó en
> su seno, o a la puta que lo parió.
>



lunes, 9 de marzo de 2009

Isaac Asimov

Me gustaría que compartan conmigo un extracto de "La tragedia de la Luna" de Asimov

Me resulta imposible contarles qué es lo que dije exactamente, porque, como todas mis charlas, fue improvisada; pero, por lo que recuerdo, en esencia era algo así:
Como hacía dos días que un orador nos había hablado de las cintas de vídeo, presentándonos la fascinante y deslumbrante imagen de un futuro en el que las cintas de video y los satélites dominarían el panorama de las comunicaciones, yo me disponía a servirme de mis conocimientos de ciencia ficción para explorar un futuro aún más lejano y hablaría de cómo podrían fabricarse cintas de video con métodos mejores y más refinados, haciéndolas aún más sofisticadas.

En primer lugar, el orador nos había mostrado que las cintas tenían que ser decodificadas por un aparato bastante caro y voluminoso, que transmitía las imágenes a una pantalla de televisión y el sonido a un altavoz.
Evidentemente, todo el mundo esperaría que este equipo auxiliar fuera haciéndose más pequeño, más ligero y transportable. En el fondo, lo que se esperaría es que acabara por desaparecer y que se integrara a la misma cinta.
En segundo lugar, para que la información contenida en la cinta se transforme en imágenes y sonido es necesario un gasto de energía que redunda en perjuicio del medio ambiente. (Como cualquier gasto de energía; aunque su uso es inevitable, hay que evitar utilizarla más de lo estrictamente necesario.)
Por consiguiente, es razonable esperar que disminuya la cantidad de energía necesaria para decodificar las cintas.
En último término, esperaríamos que disminuyera tanto como para llegar a desaparecer por completo.
Por tanto, podemos imaginarnos una cinta que fuera completamente transportable y autónoma. Seria necesario emplear energía en su fabricación, pero no en su utilización, y tampoco sería necesario un equipo especial para su uso posterior. No sería necesario enchufarla en la pared ni cambiarle las pilas, y podría ser transportada para ser vista en el lugar en que cada uno encontrara más cómodo: en la cama, en el cuarto de baño, en un árbol o en el ático.
Una cinta de video de estas características produce sonidos, como es natural, y también desprende luz. Evidentemente su usuario debe recibir con claridad las imágenes y el sonido, pero sería un inconveniente que molestara a otras personas que posiblemente no estarían interesadas en su contenido. Idealmente, esta cinta autónoma y transportable sólo tendría que ser vista y oída por el usuario.
Por muy sofisticadas que sean las cintas existentes en la actualidad en el mercado o previstas para un futuro próximo, siempre tienen necesidad de controles. Tiene que haber una palanca o un interruptor para encenderlas y apagarlas, y otros para controlar el color, el volumen, el brillo, el contraste y todas esas cosas. Mi idea es que esos controles pudieran ser manejados, en la medida de lo posible, por la voluntad.
Me imagino una cinta que deje de correr en el momento en que se aparte la mirada. Permanece parada hasta que se le vuelve a prestar atención, momento en el cual vuelve a ponerse en marcha inmediatamente. Me imagino una cinta que corre más deprisa o más despacio, hacia adelante o hacia atrás, a saltos o con repeticiones, dependiendo únicamente de la voluntad del usuario.
Admitirán ustedes que una cinta de estas características constituye un perfecto sueño futurista: autónoma, transportable, sin consumo de energía, absolutamente privada y controlada en gran medida por la voluntad.
Ah, pero soñar no cuesta nada, así que seamos prácticos. ¿Es posible la existencia de una cinta así? Mi respuesta es: sí, naturalmente.
La siguiente pregunta es: ¿cuántos años habrá que esperar antes de conseguir una cinta tan increíblemente perfecta?
También tengo respuesta para eso, y una respuesta bastante concreta. La conseguiremos dentro de menos de cinco mil años, porque lo que acabo de describir (como es posible que hayan adivinado), ¡es el libro!
¿Estoy haciendo trampas? ¿Acaso usted opina, amable lector, que el libro no es la cinta más refinada posible, ya que sólo ofrece palabras y no imágenes, que las palabras sin imágenes son un tanto unidimensionales y están divorciadas de la realidad, que es imposible que las palabras por sí solas nos transmitan información relativa a un universo que se manifiesta en imágenes?
Bien, vamos a considerar la cuestión. ¿La imagen es más importante que la palabra?
No cabe duda de que si sólo tenemos en cuenta las actividades puramente físicas del hombre, el sentido de la vista es con diferencia la manera más importante que tenemos de reunir información sobre el Universo. Si me dieran a elegir entre correr por un terreno escabroso con los ojos vendados y un sentido del oído muy agudo o con los ojos abiertos y sin poder oír nada, sin ninguna duda preferiría utilizar los ojos. De hecho, si tuviera los ojos cerrados, pondría la máxima atención en cualquier movimiento que realizara.
Pero el hombre inventó la palabra durante las primeras fases de su desarrollo. Aprendió a modular el aliento al espirar, y a utilizar distintas modulaciones del sonido como símbolos establecidos de objetos materiales y de diferentes acciones y -lo que es mucho más importante- de conceptos abstractos.
Por último, aprendió a codificar los sonidos modulados en señales visibles que podían ser traducidas mentalmente a sus sonidos correspondientes.
Un libro, no es necesario que lo diga, es un dispositivo que contiene lo que podríamos llamar un «discurso almacenado».
El lenguaje constituye la diferencia fundamental entre el hombre y los demás animales (excepto quizás el delfín, que posiblemente haya desarrollado un lenguaje, pero no un sistema para almacenarlo).
El lenguaje y la capacidad potencial de almacenarlo no sólo distinguen al hombre del resto de las especies vivas ahora o en el pasado; además es algo que todos los hombres tienen en común. Todos los grupos conocidos de seres humanos, por muy «primitivos» que sean, saben hablar y utilizar un lenguaje. He oído decir que algunos pueblos «primitivos» utilizan lenguajes muy complejos y sofisticados.
Lo que es más, todos los seres humanos con una mentalidad incluso inferior a la normal aprenden a hablar a una edad temprana.
Como el lenguaje es el atributo universal de todo el género humano, ocurre que nos llega más información, en nuestra calidad de animales sociales, a través del lenguaje que a través de las imágenes.
Y no estoy hablando de cantidades ni siquiera similares. El lenguaje y las formas de almacenarlo (la palabra escrita o impresa) constituyen la fuente abrumadoramente mayoritaria de la información que obtenemos, hasta tal punto que sin ella estaríamos indefensos.
Para poner un ejemplo, pensemos en un programa de televisión, normalmente compuesto de imágenes y lenguaje, y vamos a preguntarnos qué ocurre cuando prescindimos de aquéllas o de éste.
Supongamos que oscurecemos la imagen y dejamos puesto el sonido. ¿No seguiremos teniendo una idea bastante aproximada de lo que está ocurriendo? Es posible que en algunos momentos haya mucha acción y poco sonido, dejándonos frustrados ante la pantalla oscura y en silencio, pero si se supiera por anticipado que no se iba a ver la imagen, sería posible añadir algunos comentarios, y nos enteraríamos de todo.
De hecho, la radio está basada únicamente en el sonido; se servia del lenguaje y de «efectos sonoros». Es decir, en algunos momentos el diálogo se servia de artificios para compensar la falta de imágenes: «Ahí viene Harry. Oh, no ha visto el plátano. Oh, ha pisado el plátano. Ahí va.» Pero, por lo general, no era difícil enterarse. No creo que ningún oyente de la radio echara realmente de menos la falta de imágenes.
Pero volvamos a la televisión. Quitemos ahora el sonido y dejemos la imagen intacta: perfectamente enfocada y a todo color. ¿Qué es lo que sacamos en limpio? Muy poco. Ni todas las expresiones de emoción de los rostros, ni todos los gestos apasionados, ni todos los trucos de la cámara, dirigiéndose aquí y allá, son capaces de transmitirnos más que una vaga idea de lo que está ocurriendo.
Además de la radio, que utilizaba únicamente el lenguaje y sonidos diversos, estaban las películas mudas, que eran sólo imágenes. Los actores de estas películas, que no disponían del sonido ni del lenguaje, tenían que «emocionar». Oh, los ojos relampagueantes; oh, las manos que se llevaban a la garganta, que se agitaban en el aire, que se alzaban al cielo; oh, los dedos que apuntaban confiadamente hacia el cielo, o firmemente hacia el suelo, o airadamente hacia la puerta; oh, la cámara que se acercaba para enseñarnos la piel de plátano en el suelo, el as en la manga, la mosca en la nariz. Y, con todos los recursos de la inventiva visual en sus manifestaciones más exageradas, ¿qué es lo que ocurría cada quince segundos? La acción se detenía por completo y aparecían unas palabras en la pantalla.
Esto no quiere decir que no sea posible comunicarse, en cierto modo, sirviéndose únicamente de los recursos visuales: utilizando imágenes pictóricas. Un mimo hábil como Marcel Marceau o Charlie Chaplin o Red Skelton es capaz de hacer maravillas; pero la razón de que les observemos y aplaudamos es precisamente que sean capaces de comunicar tanto sirviéndose únicamente de imágenes.
De hecho, nos divertimos jugando a las charadas, intentando que otras personas adivinen una frase sencilla que nosotros «representamos». No sería un juego tan popular si no exigiera mucho ingenio, y aun así, los jugadores idean series de señales y estratagemas que (lo sepan o no) se sirven de los mecanismos del lenguaje.
Dividen las palabras en sílabas, indican si una palabra es larga o corta, utilizan sinónimos y sonidos similares. Al hacerlo, están sirviéndose de imágenes visuales para hablar.
Sin valerse de ningún truco relacionado con alguna propiedad del lenguaje, sirviéndose únicamente de los gestos y las acciones, ¿serían ustedes capaces de comunicar una frase tan sencilla como «Ayer hubo un atardecer muy bonito, rosa y verde»?
Claro que ustedes podrían objetar que una cámara de cine puede fotografiar una hermosa puesta de sol. Pero para ello es necesario invertir una gran cantidad de tecnología, y no estoy seguro de que eso les informara de que la puesta de sol fue así ayer (a menos que la película truque el calendario, que también es una forma de lenguaje).
O piensen en esto: las obras de Shakespeare fueron escritas para ser representadas. La imagen era parte esencial de ellas. Para apreciar todo su sabor, hay que ver a los actores y observar sus acciones. ¿Cuánto dejarían de entender si asisten a una representación de Hamlet y cierran los ojos, concentrándose únicamente en escuchar?
¿Cuánto dejarían de entender si se tapan los oídos y se concentran únicamente en mirar?
Una vez que he expuesto claramente mi creencia de que un libro, formado por palabras y no por imágenes, no pierde demasiado por esta falta de imágenes y, por tanto, es más que razonable considerarlo como una variante tremendamente sofisticada de una cinta de video, voy a cambiar de terreno y a servirme de un argumento aún mejor.
Un libro no carece de imágenes en absoluto: tiene imágenes. Lo que es más, imágenes mucho mejores -al ser personales- que cualquiera de las que la televisión podría ofrecernos jamás.
¿Acaso no acuden imágenes a su mente cuando está leyendo un libro interesante? ¿Acaso no ven mentalmente todo lo que está ocurriendo?
Esas imágenes son suyas. Le pertenecen a usted y sólo a usted, y son infinitamente mejores para usted que aquellas que otros le presentan sin que se lo pida.
Una vez vi a Gene Kelly en Los tres mosqueteros (la única versión que he visto que se mantiene razonablemente fiel al libro). La pelea de espadachines entre D'Artagnan, Athos, Porthos y Aramis, por un lado, y los cinco hombres de la guardia del cardenal, por el otro, que ocurre casi al principio de la película, era verdaderamente maravillosa.
Por supuesto, se trataba de un baile, y disfruté muchísimo con él... Pero Gene Kelly, por mucho talento de bailarín que tenga, no encaja en la imagen de D'Artagnan que yo tengo en la cabeza, y durante toda la película me sentí a disgusto porque violentaba «mi» visión de Los tres mosqueteros.
Esto no quiere decir que, en ocasiones, no resulte que un actor encaja exactamente con nuestra propia visión.
Resulta que para mí Sherlock Holmes es precisamente Basil Rathbone. Pero es posible que para usted Sherlock Holmes no sea Basil Rathbone; podría ser Dustin Hoffman. ¿Por qué tendrían todos nuestros millones de Sherlock Holmes que encajar en un único Basil Rathbone?
Ya ven, por tanto, por qué un programa de televisión, por maravilloso que sea, nunca podrá proporcionar tanto placer, ser tan absorbente y ocupar un lugar tan importante en la vida de la imaginación como un libro. Para ver el programa de televisión sólo tenemos que poner la mente en blanco y sentarnos apáticamente mientras nos dejamos invadir por el despliegue de imágenes y sonidos, sin que nuestra imaginación intervenga para nada. Si hay otras personas viéndolo, también se dejan llenar hasta arriba exactamente de la misma manera, todas ellas, y con exactamente las mismas imágenes sonoras.
En cambio, el libro exige la colaboración del lector.
Insiste en que tome parte en el proceso.
Al hacerlo, nos ofrece una interrelación de la que el lector dispone a su gusto según sus necesidades, que se justa exactamente a sus características y a su idiosincrasia.
Cuando leemos un libro, creamos nuestras propias imágenes, los sonidos de las diferentes voces, los gestos, las expresiones y emociones. Creamos todo excepto las mismas palabras. Y si la creación nos produce algún placer, el libro nos ha dado algo que el programa de televisión es incapaz de darnos.
Además, si diez mil personas leen el mismo libro al mismo tiempo, no obstante cada una de ellas crea sus propias imágenes, sus propias voces, sus propios gestos, expresiones y emociones. No será un solo libro, sino diez mil libros. No será obra exclusivamente de su autor, sino el producto de la interacción del autor con cada uno de los lectores por separado.
Por tanto, ¿qué es lo que podría sustituir al libro?
Admito que el libro puede sufrir alteraciones en algunos aspectos secundarios. Hubo una época en que se escribía a mano; ahora se imprime. La tecnología de la publicación de libros impresos ha progresado de mil maneras, y es posible que en el futuro los libros puedan visualizarse electrónicamente en la pantalla de televisión de nuestras casas.
Pero en último término, nos encontraremos a solas con la palabra impresa, y ¿qué podría sustituirla?
¿No estaré tomando mis deseos por realidades? ¿No será que como me gano la vida con los libros no quiero aceptar el hecho de que los libros puedan ser reemplazados por otra cosa? ¿Me estaré limitando a inventar argumentos ingeniosos para consolarme?
Nada de eso. Estoy seguro de que los libros no serán sustituidos en el futuro, porque no lo han sido en el pasado.
Desde luego, hay muchos más espectadores de televisión que lectores de libros, pero esto no es ninguna novedad. Los libros siempre han sido una actividad minoritaria. Había muy poca gente que leyera antes de la televisión y antes de la radio y antes de cualquier cosa que se les pueda ocurrir.
Como he dicho, los libros son absorbentes y exigen una cierta actividad creativa por parte del lector. No todo el mundo, en realidad muy pocas personas, están dispuestas a dar lo que éstos requieren, así que no leen ni leerán. No renuncian a ello porque el libro les decepcione de algún modo, sino por naturaleza.
La verdad es que me gustaría insistir en que leer es difícil, excesivamente difícil. No es como hablar, algo que hasta los niños que no tienen una inteligencia normal aprenden sin necesidad de un programa de enseñanza consciente. Basta con el impulso de imitación que se manifiesta a partir del primer año.
Por el contrario, leer requiere un cuidadoso aprendizaje que pocas veces tiene éxito.
El problema es que nos engañamos a nosotros mismos con nuestro concepto de lo que es saber leer y escribir. Casi todo el mundo puede aprender (si lo intenta con bastante interés y durante el tiempo suficiente) a leer las señales de tráfico y comprender las instrucciones y los avisos y carteles, y a descifrar los titulares de los periódicos. Siempre que el mensaje impreso sea corto y razonablemente sencillo y que la motivación para leerlo sea grande, casi todo el mundo sabe leer.
Y si esto es saber leer, entonces casi todos los norteamericanos saben leer. Pero si luego nos preguntamos por la razón por la que tan pocos norteamericanos leen libros (parece ser que el norteamericano medio que ha completado los estudios primarios no lee ni siquiera un libro al año), nos estamos engañando con nuestra interpretación de lo que es saber leer.
Pocas personas de las que saben leer, en el sentido de ser capaces de leer un cartel de PROHIBIDO FUMAR, llegan a familiarizarse con la palabra impresa y a realizar con facilidad el proceso de decodificar rápidamente las pequeñas y complicadas formas que representan sonidos modulados hasta el punto de estar dispuestos a emprender una lectura prolongada, como, por ejemplo, la de abrirse camino por un marasmo de mil palabras consecutivas.
No creo que esto se deba únicamente a un fallo de nuestro sistema educativo (aunque Dios sabe que es un fallo). No es de esperar que si, por ejemplo, se enseña a todos los niños a jugar al béisbol, todos ellos lleguen a ser jugadores de béisbol de primera clase, o que todos los niños que aprenden a tocar el piano se conviertan en pianistas de talento. En casi todos los campos del esfuerzo humano aceptamos la idea de que es necesaria la existencia de un cierto talento que puede ser alentado y desarrollado, pero que no es posible crear de la nada.
Bueno, en mi opinión la lectura también es un talento.
Se trata de una actividad muy difícil. Permítanme que les cuente cómo la descubrí.
De adolescente leía de vez en cuando revistas de historietas, y mi personaje preferido, si les interesa saberlo, era Scrooge McDuck. En aquella época las revistas de historietas costaban diez centavos, pero por supuesto yo las leía gratis porque las cogía del quiosco de mi padre.
Aunque siempre me asombraba de que alguien pudiera ser tan tonto como para pagar diez centavos cuando bastaba con hojear la revista en el quiosco durante un par de minutos para leérsela entera.
Después ocurrió que un día iba a la Universidad de Columbia en el metro; estaba agarrado a mi correa en un vagón atestado de gente y no tenía nada a mano para leer.
Afortunadamente, la chica que iba sentada frente a mí estaba leyendo una revista de historietas. Era mejor que nada, así que me coloqué de manera que pudiera ver las páginas y leerlas al mismo tiempo que ella. (Afortunadamente, puedo leer al revés con tanta facilidad como al derecho.)
Pasaron algunos segundos y pensé: ¿por qué no le da la vuelta a la página?
Por fin, lo hizo. Tardaba varios minutos en acabar cada doble página, y mientras estaba observando sus ojos que iban de una viñeta a la siguiente y sus labios que murmuraban cuidadosamente cada palabra, tuve una súbita revelación.
Estaba haciendo lo que yo haría si estuviera descifrando palabras inglesas escritas en caracteres hebreos, griegos o cirílicos. Como no conozco estos alfabetos más que por encima, primero tendría que reconocer cada letra, recordar su sonido, luego unirlas y después reconocer la palabra.
Luego tendría que pasar a la siguiente palabra y hacer lo mismo. Después de haber descifrado varias palabras de este modo, tendría que volver atrás e intentar combinarlas.
Pueden apostar a que en esas circunstancias yo leería bien poco. La única razón de que lea es que cuando miro una línea impresa inmediatamente veo las palabras ya formadas.
Y la diferencia entre el lector y el no-lector se va haciendo cada vez mayor con el paso de los años. Cuanto más lee un lector, más información va acumulando, más amplía su vocabulario y más se va familiarizando con las diversas alusiones literarias. Cada vez le resulta más fácil y más divertido leer, mientras que al no-lector cada vez le resulta más difícil y menos gratificante.
El resultado es que hay, y que siempre ha habido (sea cual sea el supuesto nivel cultural de una sociedad determinada) lectores y no-lectores; aquellos constituyen una pequeña minoría de, supongo, menos del uno por ciento.
He calculado que unos cuatrocientos mil norteamericanos han leído alguno de mis libros (de una población de doscientos millones), y yo soy considerado, y yo mismo me considero, un autor de éxito. Si se vendieran dos millones de ejemplares de un libro determinado en todas las ediciones estadounidenses, seria un notable éxito de ventas, y esto sólo significaría que un uno por ciento de la población de los Estados Unidos se habría animado a comprarlo.
Además, estoy seguro de que al menos la mitad de los compradores no conseguirían hacer otra cosa que recorrerlo a trompicones para encontrar los pasajes subidos de tono.
Estas personas, estos no-lectores, estos receptores pasivos de entretenimiento, son terriblemente volubles. Pasan de una cosa a otra, buscando continuamente algún dispositivo que les dé el máximo posible y les exija el mínimo esfuerzo.
De los juglares a los actores de teatro, del teatro a las películas, de las películas mudas a las sonoras, del blanco y negro al color, del tocadiscos a la radio y de nuevo al tocadiscos, de las películas a la televisión y luego a la televisión en color y luego a las cintas de vídeo.
¿Qué importa?
Pero mientras tanto esa minoría de menos del uno por ciento se mantiene fiel a los libros. Sólo la palabra impresa puede exigirles tanto, sólo la palabra impresa puede obligarles a mostrarse creativos, sólo la palabra impresa puede adaptarse a sus deseos y necesidades, sólo la palabra impresa puede darles lo que no podría darles ninguna otra cosa.
Puede que el libro sea un invento antiguo, pero también es definitivo y nada convencerá a los lectores de que lo abandonen. Se mantendrán como minoría, pero se mantendrán.
Así que, a pesar de lo que dijo mi amigo en su conferencia sobre las cintas de video, los autores de libros no se quedarán nunca pasados de moda ni serán sustituidos. Puede que escribir no sea una buena manera de hacerse rico (¡oh, bueno, y qué importa el dinero!), pero siempre existirá como profesión.


domingo, 1 de marzo de 2009

Messi: Pequeño gran hombre



La nota que copio a continuación pertenece a Roberto Saviano, el famoso escritor italiano , la comparto porque me encantó.
Y me encantó por varios motivos entre ellos es que el
fútbol me emociona y debo reconocerlo la sola mención de Maradona también.
De cualquier manera las menciones no alcanzan en sí mismas, quiero decir que este escritor sabe como ubicar las palabras y sino vean:


Lo encuentro en los vestuarios del Camp Nou de Barcelona, un estadio enorme, el terce­ro en el mundo. Desde la tribuna, Messi es una manchita, incontro­lable y velocísima. De cerca, es un chico frágil pero sólido, timidísi­mo, habla casi susurrando con ca­dencia argentina, de rostro dulce y terso sin un hilo de barba. Lionel Messi es el campeón de fútbol vivo más menudo. Le dicen "La Pulga". Tiene estatura y cuerpo de chico. En realidad, fue de chico –más o menos a los diez años– cuando Lionel dejó de crecer. Las piernas de los otros se alargaban, también las manos, les cambiaba la voz. A Leo no le pasaba. Algo no andaba bien y los análisis lo confirmaron: la hormona del crecimiento estaba inhibida. Messi padecía una rara forma de enanismo.

Con la hormona del crecimien­to, se bloqueó todo. Y ocultar el problema era imposible. Entre los amigos, en la canchita de fútbol, todos se dan cuenta de que Lionel se quedó: "Hiciera lo que hiciera, o fuera adonde fuera, siempre era el más chico de todos". Dicen jus­tamente eso: "Lionel se quedó". Como si se hubiera detenido en algún lugar. A los once años, con apenas un metro cuarenta, la ca­miseta del Newell's Old Boys, su equipo de Rosario, en Argentina, le sobra de todos lados. Baila en los pantaloncitos enormes; los botines, por más que se ajuste los cordones, un poco los arrastra. Messi es un jugador fenomenal: pero en el cuerpo de un chiquito de ocho años, no de un adolescen­te. Justamente a la edad en que, vislumbrando el futuro, habría que desarrollar un talento, el cre­cimiento primario (el de brazos, tronco y piernas), se frenó.

Para Messi, es el fin de la espe­ranza que alimentaba en sí mismo desde su primerísimo debut en una cancha de fútbol, a los cinco años. Siente que la falta de creci­miento acabó también con cual­quier posibilidad de llegar a ser lo que sueña. Los médicos constatan, no obstante, que su deficiencia puede ser transitoria si se comba­te a tiempo. La única forma en que se puede tratar de intervenir es una terapia a base de la hormona "gh": años y años de bombardeo continuo que le permitan recupe­rar los centímetros necesarios para enfrentar a los colosos del fútbol moderno.
Es un tratamiento muy caro que la familia no puede permitirse: inyecciones de quinientos euros cada una, que deben aplicarse to­dos los días. Jugar a la pelota para poder crecer, crecer para poder ju­gar: a partir de ese momento, ése es el único camino. Lionel no pue­de ni siquiera imaginar un modo de curarse que no tenga en cuenta la pasión de su vida, el fútbol.

Pero esos malditos tratamien­tos no podrá permitírselos a me­nos que un club de cierto nivel lo tome bajo sus alas y se los pague. Y la Argentina está hundiéndose en la devastadora crisis económica de la que huyen en primer lugar las inversiones, luego las personas, cuyos ahorros se volatilizan con el derrumbe de los bonos estatales. Nietos y bisnietos de inmigrantes criados en el bienestar buscan la salvación emigrando a los países de origen de sus antepasados. En esa situación, ninguna empresa argentina, aun intuyendo el talen­to del pequeño Messi, tiene ganas de cargar con los costos de seme­jante apuesta.

Aunque llegara a crecer algu­nos centímetros –tal es el razo­namiento– en el fútbol moderno, ahora, sin un físico imponente, no se es nadie. A La Pulga, una defensa maciza lo aplastará, La Pulga no podrá hacer un gol de cabeza, La Pulga no soportará los esfuerzos anaeróbicos requeridos a los centro-delanteros de hoy. Pe­ro Lionel Messi, de todos modos, sigue jugando en su equipo. Sabe que debe hacerlo como si tuviera diez pies, correr más rápido que un potro, ser imbatible con la pe­lota en el suelo si quiere tener al­guna chance de ser un jugador de verdad, un profesional.

Durante un partido, lo ve un observador. En la vida de los ju­gadores, los observadores son to­do. Cada partido que ganan, cada penal que consideran ejecutado a la perfección, cada muchacho que deciden seguir, cada padre con el que van a hablar, significa trazar un destino. Dibujarlo en líneas generales, abrirle una puerta: pero en el caso de Messi, lo que le ofre­cen, representa mucho más. No sólo le ofrecen la oportunidad de ser jugador de fútbol, sino la po­sibilidad de curarse, de tener por delante una vida normal. Antes de verlo, los observadores que oyen hablar de él, son de todos modos muy escépticos. "Si es muy peque­ño, no tiene esperanza, aunque sea fuerte", piensan. Pero, en cambio, hubo otras voces: "Bastaron cinco minutos para comprender que era un predestinado. En un instante fue evidente hasta qué punto era especial el muchacho". Esto lo afirma Charles Rexach, director deportivo del Barcelona, después de ver a Leo en la cancha. Es tan evidente que Messi tiene en los pies un talento único, algo que va más allá del fútbol propiamente dicho: verlo jugar es como oír una música, como si en un mosaico despegado, cada pieza volviera a su lugar.

Rexach quiere retenerlo ya mismo: "Cualquiera que hubiera estado ahí, lo habría comprado a peso de oro". Y es así como hacen un primer contrato en un pedazo de papel, una servilleta de bar des­plegada. Firman él y el padre de La Pulga. Esa servilleta cambiará la vida de Lionel. El Barcelona cree en ese chico eterno. Decide inver­tir en el tratamiento de la maldita hormona que se bloqueó. Pero pa­ra curarse, Lionel debe trasladarse a España con toda la familia, que junto con él abandona Rosario sin documentos, sin trabajo, confian­do en un contrato garabateado en una servilleta, esperando que den­tro de ese cuerpo infantil pueda es­tar realmente el futuro de todos. A partir de 2000, durante tres años, la empresa le garantiza a Messi la asistencia médica necesaria. Cree que un muchachito dispuesto a jugar al fútbol para salvarse de una vida de infierno tiene el raro combustible que hace llegar a una persona adónde sea.

Pero los tratamientos te resul­tan agotadores. Siempre tenés náuseas, vomitás hasta el alma. Los pelos de la cara no te crecen. Además, sentís que adentro los músculos te estallan, los huesos se te parten. Todo se te alarga, se dilata en pocos meses, un tiempo que debía durar años. "No podía darme el lujo de sentir dolor", di­ce Messi, "no podía permitirme mostrarlo frente a mi nuevo club. Porque a ellos les debía todo". La diferencia entre quien invierte su talento para realizarse y quien por él se juega todo es abismal. El arte pasa a ser tu vida no en el sentido de que totaliza todo, sino que so­lamente tu arte puede seguir ha­ciéndote vivir, garantizándote el futuro. No existe un plan B, alguna alternativa en la cual replegarse.

Después de tres años, final­mente el Barcelona convoca a Lionel Messi y la familia sabe que si no está en condiciones de jugar como se espera, las dificultades para seguir adelante serán insu­perables. En Argentina, los Messi perdieron todo y en España toda­vía no tienen nada. Y Leo, a esa al­tura, recaería sobre sus espaldas. Pero cuando La Pulga juega, toda la angustia se desvanece. Entre­nándose duramente con el apoyo del equipo, Messi consigue crecer no sólo en bravura, sino también en altura, año tras año, centímetro tras centímetro exprimido de los músculos, alargado en los huesos. Cada centímetro adquirido, un sufrimiento. Nadie sabe en reali­dad cuánto medís ahora. Algunos calculan apenas un poco más del metro cincuenta, algunos un poco menos, un sitio habla de un Messi que, al seguir creciendo, llegó al metro sesenta. Las estimaciones oficiales cambian, concediéndo­le cada tanto algún centímetro de más, como si fuese un méri­to, un premio conquistado en la cancha.

Lo cierto es que cuando los dos equipos están formados antes del silbato inicial, el ojo encuadra to­das las cabezas de los jugadores más o menos a la misma altura, mientras que para encontrar la de Messi debe bajar por lo menos al nivel de los hombros de los com­pañeros. Para un deporte donde cuenta cada vez más la potencia y, para un atacante, los casi dos metros de Ibrahimovic y el me­tro ochenta y cinco de Beckham pasaron a ser la norma, Lionel si­gue pareciéndose peligrosamente a una pulga. Como dice Manuel Estiarte, el jugador de water-polo más grande de todos los tiempos: "Es verdad, hay que calcular que las probabilidades de que Mes­si salga derrotado de un choque cuerpo a cuerpo son altas, como es alto el riesgo de que sea totalmente avasallado por los defensores. Pero con una sola condición... primero tienen que poder alcanzarlo".

Y de hecho nadie consigue se­guirlo. El centro de gravedad es bajo, los defensores le obstaculi­zan el paso, pero él no se cae ni se mueve. Sigue corriendo, le­vanta la pelota con el pie, no se detiene, gambetea, salta, esquiva, escapa, tira. Es impredecible. En Barcelona, se burlan diciendo que los astros de la defensa del Real Madrid, Roberto Carlos y Fabio Cannavaro, nunca han podido ver a Lionel Messi de frente porque no consiguen alcanzarlo. Leo es rapidísimo, dispara con sus pies pequeños que parecen manos por como se las ingenia para sostener la pelota, controlar cada uno de sus movimientos. Cuando él tira, los adversarios trastabillan en el estor­bo inútil de sus pies número 45.

En una publicidad donde lo in­vitaron a dibujar su historia con un marcador, es divertido y melancó­lico ver a Messi retratarse como un chiquillo minúsculo entre larguísi­mos bosques de piernas, perdido allí entre pelotas demasiado gran­des que vuelan lejos. Pero cuando tocan tierra, él las agarra, veloz, y pequeño como es consigue pasar entre las piernas de todos y llegar al arco. Cuando hay laterales y los adversarios recuperan el aliento es precisamente el momento en que él sale y los pasa, de tal ma­nera que cuando los goleadores se imaginaban que lo tenían detrás de la espalda, se lo encuentran en cambio ya cinco metros más ade­lante. El gran jugador no es el que hace cometer faltas, sino ése al que nunca se le puede hacer ninguna gambeta.


La belleza misma

Ver a Messi significa observar algo que va más allá del fútbol y coincide con la belleza misma. Algo como un ímpetu, casi un es­tremecimiento de conciencia, una epifanía que permite al individuo que está allí, viéndolo gambetear y jugar con la pelota, dejar de per­cibir una separación entre él y el espectáculo que está presencian­do, confundirse plenamente con lo que ve, al punto de sentirse uno con ese movimiento desigual pe­ro armónico. En esto, las jugadas de Messi son comparables a las sonatas de Arturo Benedetti Mi­chelangeli, a los rostros de Rafael, a la trompeta de Chet Baker, a las fórmulas matemáticas de la teoría de los juegos de John Nash, a todo lo que deja de ser sonido, materia, color, y se convierte en algo que pertenece a todos los elementos, a la vida misma. Ya sin separación, sin distancia. Están ahí, y no se puede vivir sin ellos. Y nunca se ha vivido sin ellos, sólo que cuan­do se descubren por primera vez, cuando por primera vez se los ob­serva al punto de quedar hipnoti­zados, la conmoción es inevitable y uno no puede más que intuirse a sí mismo. Mirarse en lo más pro­fundo.

Escuchar a los cronistas depor­tivos que comentan sus avances bastaría para definir su épica de virtuoso. Durante un encuentro Barcelona-Real Madrid, el cronis­ta, viéndolo asediado por los inten­tos de hacer cobrar una falta dejó de describir la escena y comenzó con un satisfecho: "No se cae, no se cae, no se cae". Durante otro en­frentamiento de los archirrivales históricos, la ola estática "Messi, Messi, Messi, Messi" recibe una "a" adicional que le quedará siem­pre: Messia. Es el otro sobrenom­bre que La Pulga se ganó con la gracia burlona de sus jugadas, con el estupor casi místico que suscita su juego. "El hombre se hizo Dios e invitó a su profeta", así dicen los carteles de un servicio televisivo dedicado a El Mesías y a quien co­mo encarnación divina del fútbol lo precedió: Diego Armando Ma­radona.

Parece imposible, pero cuando Messi juega tiene en mente las jugadas de Maradona, igual que un ajedrecista en un determinado momento de la partida a menudo se inspira en la estrategia de un maestro que se encontró en una situación análoga. La obra maestra que Diego Armando había realiza­do el 22 de junio de 1986 en Méxi­co –el gol votado como el mejor del siglo XX–, Lionel consigue repe­tirla prácticamente idéntica y casi exactamente veinte años después, el 18 de abril de 2007 en Barcelo­na. Justamente, Leo sale a unos sesenta metros del arco, también él elimina en una jugada única a dos centrocampistas, después ace­lera hacia el área de penal, donde uno de los adversarios que había superado trata de derribarlo, pero no lo consigue. Se amontonan al­rededor de Messi tres defensores, y en vez de apuntar al arco, él sale hacia la derecha, saca al arquero y a otro jugador... Y es gol. Después de marcar, se genera una escena increíble en la que los jugadores del Barcelona petrificados, con las manos en la cabeza, miran para to­dos lados como si no creyeran que fuera posible presenciar todavía un gol como ése. Todos pensaban que solamente un hombre era ca­paz de tanto. Pero no fue así.


David contra Goliat

La prensa inventa enseguida "Messidona", pero hay algo en el parecido de los dos campeones argentinos que supera las simili­tudes encontradas y produce un estremecimiento. En un deporte que parece haber dejado atrás la etapa épica, las proezas de Messi se asemejan a la reiteración de un mito, y no de un mito cualquiera, sino del que está más fuertemente en contraste con nuestro tiempo: David contra Goliat. Físicos mi­núsculos, barrios pobres, incapa­cidad de verse distintos de como jugaban en las canchitas, cara siempre igual, bronca siempre igual, como una pereza que se lleva dentro. Teóricamente tenían todo lo necesario para fracasar, to­do lo necesario para perder, todo lo necesario para no gustarle a na­die y para no jugar. Pero las cosas resultaron diferentes.

Messi, cuando Maradona hacía aquel gol en México, todavía no había nacido. Nacerá en 1987. Y la razón por la cual lo seguí a Barce­lona, al punto de querer conocerlo, tiene su origen justamente en eso: haber crecido en Nápoles en el mi­to de Diego Armando Maradona. No olvidaré nunca el partido de los mundiales de 1990; un destino te­rrible llevó a la selección italiana de Azeglio Vicini y Totò Schillaci a jugar la semifinal contra la se­lección argentina de Maradona, justamente en el San Paolo. Cuan­do Schillaci hace el primer gol, el estadio se alegra. Pero se siente que en la cancha algo no funcio­na. Después del gol de Caniggia la hinchada no napolitana –no autóctona– empieza a agarrársela con Maradona, y entonces sucede algo que no ocurrirá nunca más en la historia del fútbol y que nunca había sucedido hasta ese momen­to: la hinchada se vuelca contra su propia selección de fútbol. Los hinchas del sector napolitano em­piezan a gritar: "¡Diego! ¡Diego!" Por otra parte, estaban acostum­brados a hacerlo, ¿cómo culparlos y cómo identificarse con otros? Aunque pudieran querer al equipo nacional propio, en ese momento es Maradona quien representa a la hinchada del San Paolo más que una selección de jugadores prove­nientes de otras ciudades de Italia, de Roma, Milán, Turín.

Maradona había logrado inver­tir la gramática de las hinchadas. Y en Roma se lo hicieron pagar en la final Argentina-Alemania, don­de el público para vengarse de la eliminación de Italia en la semifi­nal y de las defecciones generadas dentro de la hinchada, comienza a silbar el himno nacional. Mara­dona espera que la cámara de TV, al recorrer a sus jugadores, llegue a sus labios, para lanzar un "hijos de puta" a los hinchas que no res­petan ni siquiera el momento del himno. Una final terrible, donde en Nápoles todos hinchaban, ob­viamente, a favor de Argentina. Pero, después el momento del penal absolutamente dudoso des­truye toda esperanza. Alemania claramente en problemas debe, no obstante, ganar y vengar a la Italia vencida. Un penal por una falta contra Rudi Voeller; lo hace Andreas Brehme. Y el comentario del cronista argentino fue: "Sola­mente así, hermano... solamente así podían ganar contra Diego".

Me acuerdo muy bien de esos días. Tenía once años, y es muy difícil que vuelva a ver alguna vez fútbol como ése. Pero algo parece volver, de aquel tiempo. El gol en México contra Inglaterra, el gol repetido por La Pulga veinte años más tarde, marca uno de los mo­mentos inolvidables de mi infan­cia. Me pregunto qué maravilla y qué vértigo sería ver jugar a Mes­si en el San Paolo, él, de quien el propio Maradona dijo: "Ver jugar a Messi es mejor que tener sexo". Y Diego sabe mucho de las dos cosas. "Me gusta Nápoles, quiero ir pronto –dice Lionel–. Estar un poco debe ser lindísimo. Para un argentino es como estar en casa".

El momento más increíble de mi encuentro con Messi es cuando le digo que cuando juega se parece a Maradona – "parece", porque no sé cómo expresar algo repetido mil veces, aunque deba decírsela igual – y me responde: "¿De verdad?", con una sonrisa aún más tímida y contenta. Por lo demás, Lionel Messi aceptó verme no porque sea un escritor o por otra cosa, sino porque le dijeron que vengo de Nápoles. Para él es como para un musulmán nacer en La Meca. Nápoles, para Messi y para mu­chos simpatizantes del Barcelona, es un lugar sagrado del fútbol. Es el lugar de la consagración del ta­lento, la ciudad donde el dios de la pelota jugó sus mejores años, don­de de la nada partió hacia la derro­ta de los grandes equipos, hacia la conquista del mundo.

Lionel parece todo lo contrario de lo que uno espera de un juga­dor: no es seguro de sí mismo, no usa las frases habituales que les aconsejan decir, se pone colorado y se mira los pies o se mordisquea las uñas del índice y del pulgar acercándoselas a los labios cuando no sabe qué decir y está pensan­do. Pero su historia es aún más ex­traordinaria. La historia de Messi es como la leyenda del abejón. Se dice que el abejón no podría volar porque el peso de su cuerpo es des­proporcionado respecto de la fuer­za de sustentación de las alas. Pero el abejón no lo sabe y vuela. Messi, con ese cuerpo flacucho, con esos pies pequeños, esas piernas, el tor­so exiguo y todos sus problemas de crecimiento, no podría jugar en el fútbol moderno, todo músculo, masa y fuerza. Sólo que Messi no lo sabe. Y por eso mismo es el más grande de todos.

Resulta que...

Soy de las que quieren hacer muchas cosas y como es lógico todo aquel que quiere hacer varias a la vez termina haciendo nada
o poca cosa,
o haciendolas mal,
...igual a pesar de saberlo voy probando.
Aquí abajo subí un videíto.
El disparador de este fue la canción de Sabina.
La idea es dedicarselas a quienes sí dicen ¡esta boca es mía!
Para ellos, para los que siguen la pelea va dedicado el cortito