sábado, 6 de junio de 2009

Recoleta adentro


El domingo pasado anduve dando vueltas por la Recoleta.
Los cementerios para mí tienen una atracción particular; soy de las que llegan a un sitio cualquiera y pregunta por donde queda el cementerio.
Recorrer los pasillos ver plaquetas que honran memorias, fotos apagadas, floreros vacíos o llenos con flores secas y/o de plástico; césped cortadito, enormes ángeles vigilando los cielos, todo, todo me atrae.
Son imágenes que me hablan, del muerto o de los vivos.
Es lo que queda con los que quedan es el fin de alguien o el fin de una etapa.
Será por eso o por vaya a saber que otra vida me hace vibrar.
Lo cierto es que, volviendo al punto me encontré en Recoleta la tumba que había olvidado y caí en la cuenta que no solo yo era la olvidadiza sino todos y cada uno de los gobiernos de turno.
Me acordé de una sonrisa, me acordé de mi tía más querida regalándome su libro, la dedicatoria y el final del libro

"Yo diría al joven que tal vez lea estas líneas paseándose en los mismos claustros donde transcurrieron cinco años de mi vida, que los éxitos todos de la tierra arrancan de las horas pasadas sobre los libros en los primeros años. Queda esa química y física, esas proyecciones de planos, esos millares de fórmulas áridas, ese latín rebelde y esa filosofía preñada de jaquecas, conducen a todo a los que se lanzan en su seno a cuerpo perdido.
Bendigo mis años de Colegio, y ya que he trazado estos recuerdos, que la última palabra sea de gratitud para mis maestros y de cariño para los compañeros que el azar de la vida ha dispersado a todos los rumbos." Miguel Cané (Juvenilia)

Entonces pedí perdón por el olvido y seguí mi camino







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